Capítulo 6: Beauvais

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Karttes
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Capítulo 6: Beauvais

Todavía seguíamos embobados con Cergy, pero debíamos continuar. Regresamos al hotel para buscar las mochilas y planificar como llegar a nuestro destino del día, Beauvais.

No encontramos transporte directo y tuvimos que armar un mapa con todos los pueblos aledaños, calculando distancias, tiempos y precios de transporte, pero ninguna combinación nos servía. No había alternativa, teníamos que hacer autostop. Me da hasta gracia escribir esto ahora, después de 5 mil km recorridos a dedo, pero en ese momento experimentábamos nuestros primeros arrojos a la ruta y sentíamos tal incertidumbre, que nos costaba mucho dar el primer paso.

Para ponerle condimento a la situación, no teníamos donde dormir en Helsinki. Ningún Couchsurfing había respondido y los precios que encontrábamos eran sencillamente astronómicos. Los ánimos estaban bastante complicados, pero salimos a la ruta a anular mufa.

Tengo que decirlo: Cergy tiene planificado todos los aspectos urbanísticos, menos como hacer autostop. No hay una sola banquina donde levantar el pulgar. Por suerte, mientras seguíamos en búsqueda, llega una notificación diciendo que alguien aceptó nuestra solicitud y teníamos donde dormir los próximos días. La mochila, que en esas primeras semanas me destrozaba la espalda, de repente, flotaba. Llenos de optimismo, le propusimos una cruzada al destino: íbamos a conseguir alguien que nos llevara ahí mismo. Dicho y hecho, el segundo auto que pasa, frena y nos lleva.

En un utilitario repleto de herramientas (Pau tuvo que entrar por un espacio de 20 cm entre el techo y una escalera que cubría el 80% del interior), Denis, un abuelo repara-todo, que casi se la pone a un auto apenas salimos, nos dejó en una rotonda buenísima algunos km más adelante. Desde allí, tras de diez minutos de espera, llegamos a Méru, un pueblo cercano a Beauvais, donde ya había un tren que conectaba.

Mientras comíamos un durazno al costado de la ruta, discutiendo si tomar el tren o no, una pareja de franceses nos sugería que nos coláramos el tren, ‘es normal aquí’, decían. Pero estábamos envalentonados y decidimos llegar a dedo.

En nuestro último tramo casi no esperamos. Antoine nos cargó en su Trafic y nos iba a llevar hasta un pueblo a mitad camino, pero tras algunas charlas se entusiasmó y llamó a su mujer para decirle que iba a volver un rato más tarde porque había decidido llevarnos a en Beauvais. No lo podíamos creer cuando llegamos, fue una auténtica entrada triunfal. Por un lado, era nuestro primer tramo del viaje completado 100% a dedo y por otro, los primeros vistazos de la ciudad fueron sencillamente espectaculares.

Ubicada Hauts-de-France (Alta Francia), la región más septentrional de Francia, Beauvais (se pronuncia algo como buve, entre una U y una O) toma su nombre de una tribu celta de la región, los belóvacos. Estos fueron una de las tantas, que se ganaron un lugar en la historia por la fiereza con la que se enfrentaron a Roma durante la conquista de Julio Cesar a la Galia. Similar homenaje obtuvieron los remos en Reims y los pariseos ni más ni menos que en París.

Esta parte de Francia, es, además, una de las mejores zonas para observar la arquitectura gótica, que nació al norte de París y poco a poco se esparció por esta área, llevando a las ciudades aledañas a competir por la grandiosidad de sus catedrales.

Este tipo de arquitectura (en ese momento era conocida como francesa, ya que el término gótico fue dado de manera peyorativa por los celosos italianos tiempo después) había llegado para empujar los límites de la construcción romana que reinaba hasta ese entonces. Gracias a un conjunto de técnicas modernas, permitían alcanzar alturas nunca antes imaginadas, y es aquí donde nuestra querida Beauvais entra en escena.

La catedral de San Pedro comenzó su construcción allí, en el 1223, para convertirse en el proyecto más ambicioso hasta entonces. Los arquitectos se propusieron crear la bóveda más alta que existiera. Con más de 48 m de altura, apenas sostenida por finas columnas y arbotantes, la bóveda debía generar un espacio único donde la luz inunde cada rincón y los fieles tengan la sensación de estar en el cielo. Para tomar conciencia del semejante proeza, el edificio romántico más alto, la Catedral de Espira, logra apenas 33 m de altura, con muros de nada más y nada menos, que de 8 metros de grosor, generando un lugar sumamente cerrado y oscuro. La propuesta de este catedral era apenas concebible en el mundo medieval.

Pese a las dudas, se logró levantar el coloso en apenas 50 años. Sin embargo, tal osadía se terminó pagando y 60 años después, la cúpula cedió y se derrumbó. Pero lejos de darse por vencidos, continuaron reacondicionando la estructura, hasta que en el 1569 deciden agregar una aguja de 153 m de altura y así consiguieron la construcción más alta jamás construida, título que pudieron ostentar apenas cuatro años, ya que como era de esperarse, la estructura volvió a colapsar y la aguja se perdió para siempre.

Aunque con su interior muy perturbado con refacciones actuales, la catedral hoy sigue en pie y a mi criterio es una de las más hermosas que tuve la suerte de ver. Sin dudas mucho mejor que su par ultra mega famosa, Notre-Dame.

Además del imponente templo, pudimos encontrar allí cerca el magnífico Musee de l'Oise, en el edificio del antiguo palacio episcopal, como así también la Rue 27 Juin, una de las calles más antiguas y mejor preservadas de la ciudad. Siendo una de las pocas que se salvó de los bombardeos de la WWII, expone un sinnúmero de casitas maisons a colombage, cuyas fachadas con entramadas vigas de madera y adobe las hacen tan pintorescas.

Terminando nuestro paseo en la plaza principal, veo una estatua en el centro muy particular. Que hace Juana de Arco también acá? Me llamaba mucho la atención ver a esta Juana en pose más ruda y con una hacha la mano. Al acercarme, leo en una inscripción ‘Jeanne Hachette’ (literalmente Juana Hacha). No es que la Juana de Orleans cambió de arma (y de nombre), sino que estamos hablando de dos personajes distintos. Ambas fueron heroínas durante la guerra de los cien años contra Inglaterra y nos recuerdan que con las francesas nadie se mete, eh!

Al final, más allá del aeropuerto, Beauvais es una ciudad más que espectacular y a mi criterio definitivamente vale la pena visitar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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