Capítulo 4: Orleans y el Valle del Loira

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Karttes
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Capítulo 4: Orleans y el Valle del Loira

Desde la concepción del viaje, nuestro punto de partida iba a ser alguno de los países nórdicos, con la finalidad de movernos con dirección sureste a través del continente. Al final, por necesidad de minimizar el costo del vuelo, aterrizamos en Madrid, y como una cosa, lleva a la otra y España se coló como parte del trayecto.

Sin embargo, los días pasaban y al ritmo que íbamos, los noventa días de permanencia máxima en la Zona Schengen, nos iban a quedar cortos. Necesitábamos tomar un atajo.

Encontramos un vuelo muy barato desde París a Helsinki, capital de Finlandia, partiendo en dos semanas, lo cual nos caía perfecto. Eso sí, volvíamos a tener un deadline y en consecuencia planificar los siguientes movimientos. 

Trazamos un plan de ir hacia la costa española, parando por Alicante y luego Barcelona para conectar desde allí con algún punto en Francia. Entre todas las posibilidades decidimos avanzar tan rápido como podamos hasta Orleans, en el valle de Loira, y desde allí movernos con más soltura hasta París para tomar el vuelo. 

Con el calendario más o menos armado, teníamos que ocuparnos de otro tema, las vacunas. Resulta que para estar medianamente tranquilo en India y otras regiones del sudeste asiático, es, más que recomendable, darse una buena batería de vacunas antes de llegar. El problema, en Argentina, todas las vacunas estaban en falta y la recomendación de la infectóloga fue intentar suerte en España. Tras investigar un poco encontramos un centro de vacunación en Alicante donde podíamos conseguirlas, por lo que reservamos el turno y con ello, la capital de la Costa Blanca quedó fijada en nuestro mapa. 

A tan solo dos días para llegar, nuestro host de Couchsurfing nos escribe diciendo que se le complicó y que no nos podía alojar. Intentamos buscar otro anfitrión, sin suerte. Descartada esta vía, buscando precios de hostels, el más barato estaba algo así como cinco veces por encima de nuestro presupuesto. Al parecer, al primer intento de domarlo, el destino se nos encabronaba y nos demuestra rápidamente porque es mejor hacerse amigo de lo eventual antes que seguir cualquier plan.

Decidimos que no podíamos costear las noches en Alicante, pero, así y todo debíamos pasar por allí. Josefa y Cyn nos invitaron a quedarnos más tiempo en su casa y Guille, amigo de Pau, ahora residente en Barcelona, también a recibirnos antes, por lo que buscando combinación de trenes y colectivos pudimos armar nuestra visita express.

Madrugamos para tomar el primer tren del día, dando comienzo a un rally para hacer 800 km a contra reloj. Llegamos a Alicante, caminamos con las mochilas hasta el centro de vacunación, donde descubrimos que ellos también estaban en falta de la mayoría de las vacunas. Me vacuné con lo que había, esperamos diez minutos y pateamos de nuevo hasta la estación de buses, donde comimos un sandwich y partimos a Barcelona. Cuatro horas y 10 km caminando a las corridas es todo lo que nos pudimos llevar de una ciudad que tengo decirlo, se ve espectacular, pero apenas pudimos ojear. 

Por la noche llegamos a Barcelona, en donde pasaríamos los siguientes días haciendo nada, literalmente. No fuimos ni a la Sagrada Familia, ni a Park Güell, ni a la Rambla. En su lugar, fuimos a la playa, descansamos y lavamos ropa. Por primera vez en el viaje estábamos viviendo una normalidad similar a casa. 

El calendario avanzaba amenazante, por lo que decidimos tomar un colectivo nocturno hacia Orleans, donde doce horas después amanecimos en tierras galas. Eran las 8 de la mañana y llovía. Tras el calor infernal de España, recibir el aire fresco de la Galia fue hermoso. 

Necesitábamos llegar a casa de Myram, nuestra host quien vivía en los suburbios de la ciudad. Fuimos hacia la parada del tranvía para enterarnos de que estábamos ni más menos que al frente de la casa de Juana de Arco, la doncella Orleans. Es esa misma casa, había nacido hace 610 años una de las grandes figuras de Francia y el símbolo más importante de la ciudad.

Sin embargo, lejos de la figura de Juana o de la imponente catedral de la ciudad, el impacto más grande fue la increíble pluriculturalidad que se percibe tan solo al caminar. Más del 18% de la población es inmigrante y al menos el 40% del resto posee por lo menos un padre inmigrante. Los pormenores de esta relación entre etnias tan diferentes conviviendo en un mismo territorio, es inalcanzable para un simple viajero como yo. Sin embargo, pude observar varios grupos de adolescentes conformados por individuos muy distintos entre sí, que demuestra que para las nuevas generaciones la pluriculturalidad es la normalidad y de a poco las barreras xenofóbicas se van herrumbrando por el simple paso del tiempo.

Ya en nuestra nueva casa, disfrutamos del mejor y más auténtico ejemplo del hogar bohemio. Muñecos sirios decoran el living (regalos que recibieron de inmigrantes tras ayudarlos a asentarse), un patio no domesticado donde siembran buena parte de su alimento y un detalle casi desapercibido: ninguno de los relojes tienen pilas. Este fue, quizá, el primero de muchos hogares donde vivimos, qué contrarios a muchas de las idealizaciones que tenemos hacia el viejo continente, la tendencia muestra un claro ‘retroceso’. En lugar de robots que podan los arbustos, dejan que estos simplemente crezcan y en lugar de autos futuristas tienen simples bicis del siglo pasado.

Ese mismo día aprovechamos para ir a visitar uno de los 71 castillos que conforman los famosos Castillos del Loira. El valle que genera el río más importante de Francia, deja a su paso una cantidad enorme de fortificaciones, palacios y residencias que desde la Edad Media hacen gala de la espectacular herencia arquitectónica de la zona. No tengo dudas que gran parte del ideal de castillo que tenemos nuestra cabeza, proviene de aquí.

Entramos en el castillo Sully-sur-Loire, donde, para ser honestos, el interior no llega ni a los talones de la majestuosidad exterior, pero aun así salvamos la visita gracias a una muestra fotográfica del genio de Yann Arthus-Bertrand, que nos dejó pegados dos horas mirando un documental sobre preservación del medioambiente bajo la enorme cúpula de la habitación central.

Coronamos el día con una ensalada comunitaria a la luz de una fogata al lado río y así dimos por finalizada nuestra primera estadía en Francia. Las aventuras en el país galo recién están por empezar, pero eso para otro post.

Como siempre, gracias por leerme! 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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