Capítulo 3: Cruzando Castilla-La Mancha

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Karttes
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Capítulo 3: Cruzando Castilla-La Mancha

Disfruté mucho nuestro paso por Madrid y Toledo, pero también sentía que me faltaba algo para poder completar la experiencia. Pese a todo lo recorrido, apenas habíamos podido interactuar genuinamente con gente local.

Es que, en lugares tan turísticos, debemos tener presente la realidad del lugar. Muchos residentes te ven como una potencial transacción monetaria y en consecuencia la relación queda condicionada a maximizar un beneficio. No es que esté mal tampoco, es la pura realidad que todos necesitamos pagar las cuentas cada mes. De cualquier forma, estamos siempre obligados a contextualizar donde estamos parados y actuar en consecuencia. No considero ético tildar a una sociedad como amable o ruda basada en la única experiencia de recibir un servicio en un hotel o un restaurante.

Desde la primera pisada del viaje, salí a buscar un relato sobre cada sitio, un compendio con historias de gente común, en franca oposición a la facilidad de una clasificatoria binaria. Una etiqueta Lindo/Feo o Caro/Barato para describir un territorio, no me dice nada. Dediqué los últimos años leyendo cuanto pude, con el solo anhelo de sentirme capaz, aunque sea, de llevarme algunos de los trasfondos y los porqués detrás de una charla, con cualquiera que quiera compartir su historia.

Pero pese a las intenciones declaradas, estos primeros días me fueron esquivos. No pude escuchar que siente un madrileño respecto del pasado musulmán de su ciudad o de un toledano sobre declive de la suya. Será una oportunidad para mi próxima visita.

Necesitaba cambiar estrategias. Por suerte, el remedio era simple y las herramientas estaban a mano: un mapa y un viaje a dedo.

Decidimos dejar atrás ciudades tan turísticas y emprender la búsqueda del próximo destino. Así, explorando el mapa, aparece como un punto camuflado entre las curvas de nivel, Cuenca. Ni guías de viajes ni fotos del lugar fueron necesarias, el mapa había hablado y para a mí eso ya era suficiente.

Abrimos Couchsurfing (una plataforma online que conecta viajeros con gente motivada en alojar a alguien en su casa con la sola intención de disfrutar de un intercambio cultural, compartir vivencias y practicar idiomas) donde tras presentarnos, Jossie, artista plástica alemana viviendo en Cuenca, nos escribe para ofrecernos un sitio en su hogar. La perspectiva de vivir la primera experiencia en Couchsurfing me movilizaba mucho. Cómo será Jossie? Qué espera de nosotros? No seremos una molestia? Haremos planes juntos o tendrá sus propias cosas que hacer? Eran muchas preguntas y todavía nos esperaba un largo camino para llegar a esas respuestas.

Aunque apenas 180 km separan Toledo de Cuenca, era también nuestra primera vez haciendo dedo en Europa y en la tristemente célebre España, catalogada como uno de los peores países en el mundo para hacer dedo. Charlando con el empleado del hostel; al contarle nuestras intenciones nos lanzó un ‘pues que yo ni loco me atrevo a llevar a alguien así’. Que incluso un tipo que vive su vida rodeado de viajeros piense eso, de alguna forma representaba el sentimiento colectivo que estábamos a punto de experimentar en carne propia.

Pese a la mala fama que se le atribuye, el autostop (forma universal de referirse a hacer dedo) es un increíble ejercicio empático e intelectual. Es necesario meterse en la cabeza de un conductor y entender qué factores pueden contribuir a tomar la decisión de frenar y llevarte. Es muy difícil que, quien conduce a 130 km/h por una autopista recta llegue a detenerse al verte, por más ganas que tenga. Por eso, encontrar el punto donde los vehículos estén forzados circular despacio y cuenten con lugar para detenerse, es una de las búsquedas necesarias antes de salir a la ruta, y esto no suele ser una tarea sencilla. 

En nuestro caso, un análisis detallado del intrincado mapa de la ciudad nos brindó una posición tentativa para comenzar el trayecto. Caminamos hacia allí con las mochilas y nos dispusimos ofrecer sonrisas de oreja a oreja a la espera de que alguien decida llevarnos. Tras una primera hora sin suerte, donde los pocos vehículos que frenaron no iban hacia nuestra dirección, decidimos caminar un poco más y probar suerte en la próxima gasolinera.

Tanto hablé sobre las bondades defensivas de Toledo, que, al parecer, no solo dificultaban el acceso a la ciudad, sino también, tal y como estábamos experimentando, la posibilidad de salir de ella. 

Pasaban las horas y la suerte no cambiaba. El sol castigaba con fuerza y los gestos de odio que recibíamos por parte de algunos conductores, estaban empezando a socavar nuestra moral. Es justo decir también, hubo otro tipo de situaciones, como la de una señora que frenó solo a disculparse diciendo que no nos podía llevar, porque solo iba al shopping; o una vecina que se asomó a decirnos que en unas horas se iba para Madrid, por si queríamos ir con ella. Por eso, pese a todo, seguimos decididos a continuar con la empresa.

Al final, una chica frena y nos ofrece llevarnos unos escasos kilómetros, hasta Santa Maria de Benquerencia, que aunque su nombre da a un pueblito pintoresco, no es más que polo industrial donde se asienta todo el motor productivo que no cabe en la asfixiada Toledo. Allí tendríamos oportunidad de encontrar alguno de los camiones que temen quedar atrapados en Toledo y solo llegan hasta ese punto. 

Nuestra primera salvadora tenía razón, y tras una maniobra arriesgada, un Scania frena en la autopista (increíblemente casi no hay banquinas en ningún sitio) y recibimos seña que subamos. Nos sentíamos triunfales, pero duró poco. Solo 40 km más adelante, Manuel, nuestro chofer, cambiaba de dirección y teníamos que empezar de nuevo.

Habíamos llegado a una rotonda en la entrada Aranjuez y siguiendo las recomendaciones de nuestro camionero decidimos entrar a conocer la ciudad y aprovechar a comer algo. Tras analizar la situación, nos dimos cuenta de que apenas habíamos cubierto el 20% del trayecto en cuatro horas. El reloj apretaba y ante la perspectiva de fallarle a nuestro primer anfitrión, quien nos esperaba en Cuenca, decidimos dar por finalizada el intento de hacer dedo y tomar un tren. 

Tuvimos que correr una buena distancia para alcanzar el último tren del día, para enterarnos al llegar que la vía estaba en reparación y en su lugar teníamos un bus que tardaba cuatro veces en tiempo. Lejos de ser un problema, el colectivo lechero fue un encanto. Recorrimos buena parte de Castilla-La Mancha por caminos rurales, cruzando gran cantidad de pueblos pequeños, donde el colectivo se metía por calles muy estrechas, coleccionando en su camino varios espejitos de autos estacionados y hasta casi un pedazo de balcón que se salvó milimétricamente.

Colinas de color amarillo y marrón me dejaban pegado contra la ventanilla imaginado a Don Quijote y Sancho Panza vagando por esas tierras. La sensación de melancolía que transmite el paisaje, hace que la novela cobre un sentido totalmente real.

Algunas horas más tarde, las suaves ondulaciones dieron espacio a una piedra abrupta, indicando la proximidad con la sierra de Cuenca. Justo cuando el sol comenzaba a amagar con el ocaso, la ciudad aparece ante nosotros. No lo podía creer, habíamos llegado. Fuimos directo al departamento donde nos esperaban Jossie junto con Cyn, su compañera de cuarto taiwanesa.

Pese al cansancio extenuante que nos dominaba en ese momento, no pudimos negarnos a la invitación de salir a una caminata nocturna. Empezamos a ganar altura y la ciudad de edificios modernos fue transmutando en casas que parecían talladas sobre la misma piedra. 

Estábamos en el centro histórico de la ciudad y el escenario era simplemente espectacular. Encontramos Las Casas Colgadas, construcciones que literalmente cuelgan de un precipicio formado por la cuenca del río debajo. Continuamos recorriendo algunas de las calles favoritas de nuestras guías y tras cruzar el icónico puente metálico que conecta los extremos de la ciudad, decidimos bajar hacia el río, donde bajo la luz de una luna inmensa pudimos nadar en las turquesas aguas del Júcar.

Tras la épica de un día que había resultado eterno, en ese momento, pude sentir cómo toda la frustración y cansancio del día se iban junto con la correntada. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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